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TIPS PARA MEJORAR LA CRIANZA DE SU HIJO

Amargas son las lágrimas de los niños. Endúlzalas.
Intensos son los pensamientos del niño. Aquiétalos. 
Punzante es el sufrimiento del niño. Entiéndelo.
Suave es el corazón del niño. No lo endurezcas.
Autor desconocido.

LA REPERCUSIÓN SOBRE EL MENOR DE

LOS PROCESOS DE RUPTURA

MATRIMONIAL:

Mark Beyebach

Universidad Pontificia de Salamanca

EL NIÑO ESCONDIDO

A menudo los hijos de padres divorciados se ven obligados a actuar ante cada progenitor (y a veces también ante la familia de éste) como si el otro no existiese. El adulto, dolido por la separación, ha decidido actuar como si su ex cónyuge no existiera y ha transmitido esta exigencia a su hijo. Así, la niña no se siente libre de enseñar a su padre las fotos de su cumpleaños en las que aparece su madre; el hijo esconde en un cajón el libro que el padre le ha regalado; o los hijos no se atreven a tener en su habitación fotos del progenitor no custodio. En definitiva, el menor no ha recibido el “permiso psicológico” (Fernández Ros y Godoy Fernández, 2002) de un progenitor para relacionarse libremente y querer al otro. El resultado es que no se siente aceptado en su totalidad, por cuanto tiene que ocultar una parte importante de su vida a sus seres queridos, con el efecto de minar su autoestima y su seguridad personal.

EL NIÑO MENSAJERO

Es probablemente una de las posiciones más habituales. Los progenitores recurren al hijo para comunicarse entre ellos. “Dile a tu madre que no puedo recogerte mañana alas 6, que vendré a las 9”, “Dice mamá que está harta de que no laves mi ropa cuando estoy contigo” o “Mamá dice que si no le pasas la pensión esta semana no vengas a recogerme el viernes” son formas muy desafortunadas de eludir la necesaria comunicación entre los padres y de implicar al hijo en el conflicto post-divorcio.

Tienden a generar en el menor una gran ansiedad, esencialmente cuando los mensajes que se ve obligado a transmitir son de índole más emocional y más críticos. En otros casos, el menor puede valerse de su posición de mensajero para manipular a los padres modificando u omitiendo ciertos mensajes. En este caso, el efecto negativo sobre el menor deriva del exceso de poder que se le proporciona.

EL NIÑO ESPIA

Es un grado más del niño mensajero. Aquí, uno o ambos progenitores se valen del menor para averiguar detalles de la vida de su expareja, a menudo incluso sobre detalles íntimos (“¿Cómo está con su nuevo novio? ¿Se besan mucho?” “¿Hasta qué hora salió él por la noche? ¿Sabes con quién estaba?”). El niño se ve colocado en un conflicto de lealtades, especialmente cuando percibe que quien le sonsaca puede utilizar la información contra el otro progenitor, a nivel emocional o incluso a nivel legal. A

menudo, la única escapatoria de esa posición es tratar de responder con evasivas o incluso negarse acontar nada a un progenitor sobre lo que hace con el otro. Aunque eso protege temporalmente al menor de tener que “traicionar” a uno de los padres, previsiblemente aumente la incertidumbre de quien le está preguntando y genere interrogatorios más intensos o más “disimulados”. La ansiedad, el mutismo y la

desconfianza de los adultos son posibles resultados

EL NIÑO COLCHÓN

 

En este caso, el niño asume la responsabilidad de tratar de minimizar el conflicto entre sus padres, algo que probablemente ya intentaba hacer antes del divorcio: si el padre critica a la madre por algún descuido de ésta, tratará de defenderla “sin que se note” asumiendo él la culpa; si la madre critica al padre, hará lo propio para defenderle a él. Esta posición obliga al niño a una hipervigilancia constante, `pendiente siempre de no indisponer aún más a un progenitor contra el otro. Al final, es el niño quien, desde el punto de vista emocional, se lleva todos los golpes.

 

 

 

EL NIÑO EDREDÓN 

 

Nos gusta utilizar esta expresión para referirnos al niño parentalizado que trata de proteger, consolar, reconfortar… al progenitor al que percibe como más débil ( y que a menudo está utilizando una posición de víctima precisamente para atraer al hijo). En algunos casos, el niño o la niña llegan a suplantar el papel del otro progenitor, actuando

como pequeños “mariditos” o “mujercitas” que acompañan a la madre o al padre, asumen tareas domésticas inapropiadas para su edad, etc. (Fernández Ros y Godoy Fernández, 2002).   El   problema de esta posición es que da al menor un nivel de responsabilidad excesivo para su nivel de desarrollo (Minuchin, 1974), obligándole a veces a actuar como un “adulto en miniatura” en vez de seguir viviendo de acuerdo con su etapa de niño. La hiperresponsabilidad, la obsesividad y la ansiedad pueden ser el resultado. Si el niño no llega a la altura que se espera de él, se sentirá culpable.

 

 

 

EL NIÑO BATE DE BEISBOL

 

Nos referimos con este calificativo al niño al que sus padres directamente utilizan como arma para agredir al ex cónyuge. Como el padre no está comprando la ropa que la madre cree que debe comprar a su hija, la madre no le mete en la maleta el disfraz para la fiesta del colegio. El padre se reafirma en su posición y la hija acaba yendo a la fiesta sin disfraz. En respuesta, la madre se niega a modificar el horario de visitas y la niña se pierde la siguiente fiesta en el colegio. El menor no sólo sale perjudicado a nivel práctico, sino que acaba aprendiendo que sus necesidades son relegadas en virtud de la pelea entre los adultos. El mensaje de “tú no importas” repercute en la autoestima y confianza del niño.

 

 

 

EL NIÑO INVISIBLE

 

Se trata del menor que es ignorado por uno de sus progenitores, generalmente el no custodio, que básicamente abandona a su hijo. En la mayoría de los casos el abandono psicológico de un menor es, o bien consecuencia del desapego o la irresponsabilidad del padre no custodio, o bien el resultado del alejamiento al que le somete el progenitor custodio. Sin embargo, en el peor de los casos esta constelación puede ser un paso más

 

de la situación anterior: un progenitor “castiga” a su ex pareja tomando la represalia de despreciar e ignorar al hijo o hijos de ambos. El menor que sufre las consecuencias suele ser precisamente el que está más aliado al progenitor custodio. También es posible que en este terreno se diriman juegos relacionales más complejos, en los que también puede intervenir la variable de género. Por ejemplo, el padre, aliado con su hijo de 10 años, le recoge a él para las visitas pero se niega a llevarse a la niña de 8, a la que percibe como la aliada de la madre.

 

 

EL SUBVERSIVO SUBVENCIONADO

 

En este caso, uno de los progenitores alienta y promueve la indisciplina, desobediencia e incluso agresividad del menor hacia el otro progenitor. La forma más habitual de este escenario es el de una madre custodia que ve su autoridad parental cuestionada por un hijo… al que su padre no sólo no controla, sino que anima en su enfrentamiento con la madre. Este tipo de configuración, que tampoco es inhabitual en familias intactas, resulta mucho más grave cuando hablamos de familias divorciadas, por cuanto es aún más difícil que los padres se pongan de acuerdo para controlar a sus hijos. El resultado suele ser hijos descontrolados, agresivos e incluso antisociales.

 

 

EL NIÑO ALIENADO

 

Aunque desde algunas posiciones ideológicas se cuestiona el concepto del “síndrome de alienación  parental”  descrito  por  Gardner  (Gardner,  1989),  lo  cierto  es  que  la experiencia clínica muestra que con demasiada frecuencia uno de los padres (por lo general la madre, que tiene la custodia) maniobra de forma activa para distanciar al menor del otro progenitor, indisponerle contra él y finalmente conseguir que se rompa el vínculo entre el niño y el ex cónyuge. A menudo por el error de confundir el papel

 

conyugal con el parental (“Como él ha sido tan mal marido para mí, no puede ser buen padre para mí hijo”), en otras ocasiones por la simple incapacidad de compartir al hijo o incluso por el deseo de seguir atacando al otro progenitor privándole del hijo, el progenitor custodio utiliza  toda  una  serie  de  maniobras más  o  menos  sutiles  para transmitir una imagen negativa del otro progenitor, sembrar dudas sobre el afecto que tiene a su hijo, interferir en la relación entre ambos o, directamente, descalificar al padre no custodio. El resultado final es que el niño termine rechazando al progenitor no custodio y negándose a estar con él. Lo peor de esta “victoria” de la madre es que aparentemente la decisión de no ver al padre será del menor, que así no sólo acaba privado del contacto con uno de sus progenitores, sino que además se le carga con la responsabilidad  por ello. Queda así abonado el terreno para una terrible culpabilización posterior.

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